El diálogo en democracia es casi una virtud. Es la disposición a aceptar la pluralidad ideológica y a defender los proyectos propios sobre la base de la razón, del argumento y del debate. El diálogo en democracia conlleva la aceptación de la "otredad" (del otro, del individuo diferente) como parte esencial del "todo social", dentro del cual y para el cual hay que construir un destino común. El diálogo en democracia es, también, la valentía de debatir las ideas de cara a la sociedad, sin dobleces ni ocultamientos.
Centroamérica viene transitando meses intensos de procesos electorales apasionantes, que han puesto en juego la capacidad de la dirigencia política local para dialogar en democracia.
Primero fue Honduras, donde el proceso electoral enfrentó algunas tensiones pero finalmente se resolvió en un marco de legalidad y legitimidad aceptado por todos los contendientes. Luego fue el turno de El Salvador, con un balotaje y un recuento de votos en dos instancias que evidenció -además del resultado- la existencia de un país partido en mitades iguales, cada una de las cuales defiende un modelo de desarrollo diferente. El 6 de abril será el turno de la segunda vuelta en Costa Rica, donde la renuncia de uno de los contendientes (Johnny Araya, candidato del PLN) debilitó sensiblemente el desempeño democrático que venía registrando este país. En tanto, el 4 de mayo será la hora de las urnas en Panamá.
El desafío institucional para todos estos países es histórico. Se comprometen definitivamente con las reglas de juego del Estado de Derecho y le rinden honor a sus exigencias o estas sociedades estarán condenadas a un eterno subdesarrollo.
Los fantasmas de fraude, las amenazas de golpe de Estado, las irregularidades de los procesos de votación, las sospechas sobre las autoridades e instituciones electorales, la descalificación del adversario, la violencia política, la ausencia de debates, la irresponsabilidad de los candidatos ante los compromisos que asumen, deben terminar de una vez por todas. Estos son todos artilugios antiéticos que están trabando la posibilidad de que la democracia centroamericana se construya desde el diálogo. Los políticos siguen apelando a ellos porque parece sobrarles ambición y faltarles ideas. La ausencia de ideas para defender las propuestas genera un vacío de contenidos que termina transformando a la política en politiquería. Los ciudadanos centroamericanos no se merecen esto.
El ciudadano que trabaja y paga impuestos demanda gobernantes honestos y capacitados para gestionar la diversidad ideológica de modo inclusivo y para generar respuestas que se traduzcan en bienestar para el conjunto. La democracia es mucho más que votar. Es, esencialmente, hacer del diálogo la vía de construcción de poder legitimo.