Ocio

Dinero y felicidad ¿qué onda?

El dinero puede comprar la felicidad, pero requiere una planificación óptima para la cual la mayoría de las personas no están preparadas.

2015-07-03

Por: IESEinsight.com

La Declaración de Independencia americana estableció en 1776 que las personas tienen derecho a la 'búsqueda de la felicidad'. Nuestra sociedad anuncia que el dinero es la panacea que procurará la felicidad. El problema es que solemos pasar por alto dos fuerzas poderosas, la adaptación y la comparación social, que hacen difícil un aumento del bienestar de la sociedad basado solamente en el crecimiento económico.

En el documento de investigación 'Does More Money Buy You More Happiness?' ('¿Con más dinero se puede comprar más felicidad?'), los autores Manel Baucells del IESE y Rakesh K. Sarin de la UCLA Anderson School of Management abordan por qué, a pesar de los avances económicos, cada vez menos personas se sienten satisfechas.

Pongamos un ejemplo. Una mujer que conduce un viejo utilitario en su época de estudiante se alegra al comprarse un coche nuevo cuando consigue su primer trabajo. Sin embargo, pronto se adapta al nuevo coche y lo asimila como parte de su estilo de vida. Lo mismo podría decirse de quien se acostumbra a pasar sus vacaciones anuales en el extranjero. Este proceso se llama adaptación: la gente se olvida de que acabará adaptándose a un nivel de vida más alto a medida que vayan aumentando sus ingresos. Cuanto más tienes, más quieres.

La Paradoja de Easterlin se puede explicar por el hecho de que la felicidad depende también de otros factores además del dinero, como la estructura genética, las relaciones familiares, la comunidad y los amigos, la salud, el trabajo (desempleo y precariedad laboral), ambiente externo (libertad, delincuencia, etcétera) y valores personales (visión de la vida, religión y espiritualidad).

Sí, el poder adquisitivo influye en la felicidad de una persona, pero hasta cierto punto. Ni que decir tiene que algunas personas con dinero se torturan comparándose con otras personas aún más ricas que ellas.

Los autores sugieren que la gente podría sacarle más provecho a su dinero en términos de felicidad si calcularan correctamente el efecto de la adaptación. Cuando el cálculo es erróneo, se debe a lo que los psicólogos denominan un 'sesgo de proyección'.

Este concepto, aplicado a las decisiones de consumo, significa que predecimos un ritmo lento de adaptación a un bien nuevo (proyectamos hacia el futuro nuestro bajo nivel de adaptación actual). De hecho, la adaptación se produce mucho más rápidamente de lo que esperábamos, lo que nos lleva a gastar más de la cuenta en bienes adictivos y ser menos felices de lo que pensamos.

En otras palabras, los ricos suelen centrarse más en bienes de adaptación que en productos básicos como la comida, la vivienda, dormir, la amistad, las actividades espirituales, etcétera. Los bienes de adaptación son los coches y las casas de lujo, así como los hoteles caros. Baucells y Sarin demuestran que el sesgo de proyección desvía recursos de los bienes básicos a los de adaptación, incluso cuando se planifican racionalmente.

Hasta los segmentos más pobres de la sociedad caen en la trampa de asignar más dinero a productos adictivos como el alcohol, las drogas o la lotería que a bienes de primera necesidad, como los alimentos nutritivos o la higiene. Se necesita mucha disciplina para concentrarse en los placeres sencillos, pero eso, según los autores, es lo que nos da la felicidad.

El dinero puede comprar la felicidad, pero requiere una planificación óptima para la cual la mayoría de las personas no están preparadas. Un ejemplo: una persona gana un millón de dólares en la lotería. Al cabo de un año debería sentirse más feliz, pero la investigación muestra que en realidad se siente más desdichada.

Es más, encuentra que sus actividades diarias son menos gratas que antes. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué la mayoría de la gente sigue creyendo que ganar un montón de dinero les hará más felices? Si además de adaptarse paulatinamente a un ascenso social y económico de su grupo, el individuo de nuestro ejemplo planifica cuidadosamente su consumo en el tiempo (evita un súbito aumento inmediato y proyecta un crecimiento regular del mismo durante los próximos 30 años), sería más feliz.

Vivimos en un mundo en el que compramos demasiados alimentos cuando tenemos hambre, olvidamos llevar prendas de abrigo los días calurosos para cuando refresca por la noche y creemos que si viviéramos en California seríamos felices. Tendemos a obviar las consecuencias de la adaptación, la comparación social y el sesgo de proyección. Para ser verdaderamente felices, deberíamos apreciar bienes básicos como los alimentos, dormir o la amistad, y no tanto los sustitutos materiales, por muy caros que sean.

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