Por Dionisio Gutiérrez -Presidente de Fundación Libertad y Desarrollo
La democracia fue la idea política más exitosa del Siglo XX, pero tuvimos que pasar por dos guerras mundiales y una depresión económica para aprender que el respeto y el ejercicio de ciertos valores permite y promueve la evolución del ser humano y el desarrollo de las naciones.
Esos valores son la democracia liberal, republicana y capitalista; una forma de vida que -a pesar de sus defectos y limitaciones- ha demostrado sus ventajas y beneficios.
La libertad es el valor con el que se nace y debe ser la condición con la que se muere; sin embargo, no hemos sabido defenderla. Además de este peligroso descuido, el Siglo XXI nos trajo desafíos para los que no nos preparamos en el Siglo XX. La matriz económica cambió, el clima se convirtió en una ecuación que todavía no desciframos y la tecnología va a una velocidad que no estamos digiriendo.
Lo grave es que, desde antes, durante y hasta hoy, no queremos ver que la política es la causa de casi todos nuestros males y la que provoca casi todos los defectos y desgracias que vive el mundo: Incapaz de liderar. Incapaz deresolver. Encima, los mejores se alejan más cada día de ella.
Desde hace unas dos décadas, cada vez menos personas en el mundo tienen la oportunidad de votar en elecciones realmente libres y democráticas. El carnaval de los tiranos está de regreso. El mundo se llenó de trampas y mentiras.
El oportunista, el delincuente y el criminal ganan y avanzan con más facilidad debido a que el mundo también se llenó de incautos y desinformados. La traición a los valores de la democracia republicana, la falta de respeto a los derechos fundamentales y el desprecio a la libertad individual son, otra vez y en pleno Siglo XXI, un fenómeno brutal, creciente y con escasa oposición.
Esta agresión a la libertad lleva el nombre de populismo autoritario, de izquierda o derecha, y busca someter a los pueblos, violar sus libertades y convertir naciones enteras en botín de caudillos, sociópatas y bandidos. La honradez y el talento en la política son valores escasos en estos tiempos, y el Siglo XXI, por el momento, está lleno de razones para la frustración, para la desesperanza, para la rabia.
Hay causas y efectos que debenencontrar alivio y respuesta. La economía global se hizo insuficiente, hay altos niveles de conflictividad social provocados por la desinformación y la mentira, los impactos del cambio climático son reales y estamos pagando las consecuencias de nuestra lentitud para aprender a convivir con ciertos elementos disruptivos de la tecnología.
Sin embargo, la amenaza principal al mundo viene de la simbiosis que se ha producido entre la política, la corrupción y el crimen transnacional; y por si esto fuera poco, el tirano de Moscú invadió al segundo país más grande de Europa, y otro en Pekín, se las lleva de emperador planetario.
La democracia ha perdido brillo, sus instituciones se han hecho inoperantes y en demasiados casos han sido puestas al servicio de intereses que no son los del ciudadano.
Ahora bien, siempre fue, es, y será El Ciudadano, organizado en pequeños grupos, el que supo dar un paso al frente para liderar, reivindicar los valores y rescatar los procesos que marcaron los momentos estelares de cada nación. Los ciclos que le llevaron a la gloria y el bienestar.
Hoy, hacen falta -otra vez- ciudadanos que recojan la antorcha de la ilusión por la evolución y el desarrollo de su familia, de su comunidad, de su pueblo, de su nación; a pesar de la política, con la ayuda de la tecnología, en el marco de una cultura societaria que premia la excelencia, reclama el respeto y promueve la solidaridad; una cultura que aprende de sus errores, una cultura que distingue a quien lo merece, elige a sus mejores y aplaude los éxitos de unos porque sabe que son de todos.
Vivimos tiempos difíciles, tiempos de prueba, pero cuando los ciudadanos valoramos la libertad, nada es imposible.