Texto de Gabriela Origlia – Revista Estrategia & Negocios
“El éxodo venezolano es el que cuenta con la menor cantidad de recursos en la historia del mundo. Como gringa que soy estoy convencida de que Estados Unidos y Europa deben colaborar, dedicar recursos. No para fortalecer fronteras sino para programas de educación, de salud, de mejorar la sociedad y enfrentar la desigualdad”.
Quien habla es Allison Brooke Wolf, profesora asociada e investigadora del Centro de Estudios Migratorios de la Universidad de los Andes, Colombia; doctora por Michigan State University y autora del libro Just Immigration in the Americas: A Feminist Account.
En diálogo con E&N, repasó los problemas del fenómeno migratorio, las políticas en marcha; el conflicto en el triángulo norte, pero también el impacto de los migrantes venezolanos y nicaragüenses en Costa Rica.
Hace unas semanas desde el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, indicaron a los migrantes que piensan cruzar el Tapón del Darién, que después de llegar a México o a Panamá no serán elegibles para ingresar a Estados Unidos. Brooke Wolf plantea que cada vez más los venezolanos buscan nuevas vías de salida de su país y eso empieza a “presionar” sobre distintas fronteras.
Más noticias en estrategiaynegocios.net
La experta admite que su mayor preocupación del actual fenómeno migratorio es que los migrantes “se han convertido en el enemigo” y que la atención no se concentra en los sistemas que “les causaron la necesidad de huir, de buscar otro hogar”. “Tenemos que tener, que recuperar, la capacidad de verlos como seres humanos que buscan mejor vida, en cambio es todo visto como una amenaza”, enfatiza.
“Tenemos que dejar de ver las fronteras como muros, límites o puertas que separan poblaciones y territorios que pueden abrirse o cerrarse a capricho de un gobierno -dice-. Las realidades empíricas en todo el mundo muestran claramente que esto no es cierto y que los migrantes, los solicitantes de asilo y los desplazados, cruzarán las fronteras si necesitan hacerlo”.
¿Cuál es, a su criterio, el conflicto migratorio que más peso tuvo en 2022?
En lo particular mi lectura va hacia el conflicto y la resistencia a ayudar a los migrantes; cada vez más se da esa situación. Se han convertido en el enemigo más allá de prestarle atención a los sistemas que causaron la necesidad de huir, de buscar otro hogar. En vez de mirar esas realidades y causas, lo que se hace es apuntarles a ellos. Tenemos que recuperar, la capacidad de verlos como seres humanos que buscan mejor vida, en cambio es todo visto como una amenaza. Esta situación coincide en que varios países no están en condiciones de acomodar a los migrantes. Otra es la realidad de Estados Unidos y de Europa que son capaces, solo que no quieren; eso no pasa en Latinoamérica y en Centroamérica.
Cada vez son más los migrantes que se acumulan en las fronteras.
¿Hay un punto de inflexión que, a su criterio, determinó esta mirada sobre los migrantes?
Por ejemplo, en Latinoamérica en los últimos dos años, hay cada vez más resistencia a los venezolanos que antes eran bien recibidos. Esa actitud se modificó. Colombia se ha convertido en un país que recibe migrantes cuando antes los exportaba; ahora recibe no solo venezolanos, sino de otros países de la región, africanos y gente de Medio Oriente. Es un país de tránsito hacia Estados Unidos; gente de todo el mundo llega y el problema es qué hacemos, no hay infraestructura para dar cobijo a esas personas.
Estados Unidos fue endureciendo sus políticas migratorias, ¿puede que ese cierre de fronteras haya generado un efecto dominó hacia el resto de la región?
Fue más intencional que eso. Estados Unidos, como parte del endurecimiento de sus fronteras -que comenzó con los atentados del 9 de septiembre de 2001- se embarcó en un proyecto de extender el control de fronteras hacia otros países. Ofrece a Guatemala, México y Panamá dinero y entrenamiento para que hagan lo mismo; igual lo hacen con Colombia. Una parte de la Oficina de Migraciones va a otros países para entrenarlos para prevenir que los migrantes lleguen a la frontera sur de México.
Con Panamá, lo mismo, quiere evitar que los venezolanos lleguen. Durante la gestión de Bill Clinton se estableció que cualquier persona con antecedentes penales no sería elegible para pedir asilo, primero lo tenía que solicitar y conseguir en otro lado.
Con ese esquema Estados Unidos no tiene que dar auxilio a nadie. Lo que está pasando en Latinoamérica y Centroamérica no es accidental; es un fenómeno explícito y representa a los dos partidos estadounidenses.
Guatemala: Cepal será parte del proceso de transición política
Empezó en los 90 con las administraciones demócratas y siguió con las republicanas. Se perdió la capacidad de ver al país como una nación de inmigrantes.
¿Fue un mito la idea de Estados Unidos país de inmigrantes?
Cuando era niña se nos enseñaba eso. Los inmigrantes eran buenos; ahora son los malos. La ironía es que antes eran clasificados como blancos los latinos pero ya todo es invasión, crisis... Se ha desarrollado ese lenguaje.
Por ejemplo, a comienzos de los años 60 había cerca de 200.000 mexicanos que trabajaban por temporadas y unos 35.000 que eran residentes permanentes. Con la ley de 1965 el cupo se limitó a 20.000. De la noche a la mañana, muchos fueron convertidos en “ilegales”. Esos cambios no se dieron porque estuvieran delinquiendo en Estados Unidos sino porque algunos norteamericanos, sobre todo en períodos de recesión económica, consideraron que les estaban quitando el trabajo.
En este contexto que describe, ¿cómo evalúa la situación del triángulo norte de El Salvador, Honduras y Guatemala?
Es muy complicado. No hay que perder de vista que lo que está pasando comenzó en los 90 y fue causado por Estados Unidos. Ahora se profundizó, pero arrancó en aquellos años como parte de las políticas de drogas muy particulares que tiene ese país. Con la regulación que le mencioné de la administración Clinton empezó la deportación de delincuentes de cualquier tipo; se deportaron salvadoreños, guatemaltecos y fueron a las cárceles donde empezaron a formar pandillas.
Hay una historia de 200 años de Estados Unidos pensando que tiene el derecho de interferir en asuntos de esos países en nombre de “intereses hemisféricos”. Lo hace con mucha presencia militar, apoyando a gobiernos represivos y prometiendo recursos. Pero esos fondos no son nunca suficientes porque no entendemos las causas de lo que está sucediendo. El planteo es “haremos todos lo necesario para que no lleguen a Estados Unidos”. No se debe entender ese conflicto como reciente porque viene de décadas.
¿Hay una feminización de los migrantes del triángulo norte?
Desde la primera vez hay familias se van, pero también se fueron sumando mujeres con hijos que ya estaban solas en sus tierras. Se da la ironía que, mientras más control, más migración. El que está del otro lado sabe que afronta mayores riesgos para regresar a su país, entonces salen familias enteras. Si hubiéramos dejado reguladas las fronteras sabiendo quién llega y dejando que pase para trabajar no viviríamos lo que estamos pasando.
Tenemos que dejar de ver las fronteras como muros, límites o puertas que separan poblaciones y territorios que pueden abrirse o cerrarse a capricho de un gobierno. Las realidades empíricas en todo el mundo muestran claramente que esto no es cierto y que los migrantes, los solicitantes de asilo y los desplazados, cruzarán las fronteras si necesitan hacerlo.
A este problema se suma el de la migración de venezolanos que ya coparon la frontera norte de México...
Es que cada vez más buscan otras vías de salida. Ya vimos cómo la situación en la zona fronteriza entre Panamá y Colombia se complejizó. Hubo advertencias desde Estados Unidos porque cientos de migrantes buscan cruzar por la selva, por el Tapón del Darién.
El Departamento de Estado indicó que, tras llegar a México, no serían elegibles para ingresar. En ese contexto, seguirán viendo por dónde salir. Que países como Colombia, Perú, Ecuador, Argentina, Brasil y Chile ya no reciban a los venezolanos, pone mucha presión. Ahora miran cada vez más hacia Costa Rica. Costa Rica también está presionada por los nicaragüenses que buscan salir de su país...Costa Rica tiene migrantes por las dos fronteras.
En Nicaragua hay un patrón ya establecido hace 50 años; en los 70 fueron hacia el sur. Después bajó la tendencia, se redujo la cantidad de gente que salía, pero ahora por las políticas y las crisis en su país vuelven a migrar. Ante el cierre de los sudamericanos, van a Costa Rica que es un modelo de políticas migratorias, al menos para latinoamericanos.
¿La xenofobia que describe, tiene bases económicas?
Es la percepción pero no hay datos para apoyar esa idea. Los números son muy claros, la migración ayuda a la economía. En países con mucha desigualdad –y esto incluye a los Estados Unidos- en el análisis individual es más fácil echarle la culpa a los migrantes que a los propios gobiernos. El problema no es la cantidad de venezolanos sino que el gobierno no cuida a su población.
¿Cómo se cambia esa percepción?
Si supiera cómo salir de este problema sería millonaria. Pero como docente, creo que hay que entender y compartir las historias humanas. Suena cursi, pero cuando alguien entiende o conoce, cambia la perspectiva.
La educación y los valores son claves. También pensar en crear programas de producción que involucren diferentes poblaciones, pero no solo para migrantes sino también para los nativos porque esa es la vía para bajar el miedo. Sin eso nada nunca va a funcionar; debe ser en conjunto, en paralelo. Insisto en que Estados Unidos y Europa tienen recursos para mandar y no quieren hacerlo.
¿Por qué?
Hay varias hipótesis. Por caso, porque ven al problema venezolano como algo político, porque rechazan a Nicolás Maduro y antes a Hugo Chávez. O porque están como fatigados. Pero cuando comenzó la guerra entre Rusia y Ucrania y empezaron a llegar los ucranianos no estaban más fatigados. Es colonialismo y racismo. El éxodo venezolano es el que cuenta con la menor cantidad de recursos en la historia del mundo. Como gringa que soy estoy convencida de que Estados Unidos y Europa deben colaborar, dedicar recursos. No para fortalecer fronteras sino para programas de educación, de salud, de mejorar la sociedad y enfrentar la desigualdad.
El aumento de la militarización de las fronteras no es un problema por el simple hecho de intentar mantener las fronteras cerradas. Es un problema, entre otras razones, porque promueve la violencia y aumenta los peligros a los que se enfrentan los migrantes, buscan utilizar rutas no autorizadas o precarias donde quedan expuestos a enfermedades, violencia y a la muerte a mano de delincuentes y bandas.