Los reclamos recorren buena parte del globo. La Primavera árabe fue una reacción a la opresión política; en Europa y en EE.UU. la economía mueve a las protestas; en Chile los estudiantes piden una educación de calidad y gratuita. ¿Puede el sistema dar respuestas? ¿Cuál es el futuro de estos movimientos?
Por: Gabriela Origlia
En 2011, el mundo comenzó a asistir a un nuevo fenómeno, también -como tantos otros- fruto de la globalización: la indignación.
Manifestaciones, protestas, tomas de espacios públicos, proclamas difundidas por las redes sociales son algunas de las formas que tomó el enojo, el desencanto y la desilusión en unos 50 países en el planeta.
Hubo demostraciones más multitudinarias, más duraderas o más violentas; existieron aquellas que lograron derrocar a un gobierno y las otras que sólo apuntaron a un llamado de atención, pero lo cierto es que todas colaboraron a establecer un punto de inflexión: ahora, ¿cómo sigue el proceso?, ¿es posible reducir el descontento de estas sociedades?, ¿de qué manera hacerlo?
Claro que estas no son las primeras protestas multitudinarias de la historia. Las más cercanas en el tiempo con las que se pueden comparar son las del Mayo Francés, en el 69, o la de los movimientos globalifólicos contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) en el 94.
De todos modos, hay diferencias que básicamente se asientan en el rol que hoy cumplen las redes sociales y que los gobiernos -pese al esfuerzo de algunos- no pueden desarticular. Facebook y Twitter posibilitan una coordinación transnacional inimaginable años atrás.
Otro factor que los expertos apuntan como conductor clave en el contagio de la indignación es la crisis económica. Es un común denominador en las manifestaciones alrededor del mundo, excepto en los casos de la llamada 'Primavera árabe', donde el punto crítico es la falta de libertad y de democracia.
En la alicaída economía global, esta vez son los países más desarrollados los más golpeados y esto explica por qué los sectores medios de la sociedad -afectados en su capacidad de consumo y en su empleo- salieron a la calle a reclamar por lo que, están convencidos, son sus derechos.
Los especialistas consultados admiten que puede que algunos de los reclamos de los indignados sean difusos, pero sus demandas son tangibles y, en lo económico, se asientan en que los dirigentes deben dejar de dar primacía al sistema financiero y a las grandes corporaciones para atender a la gente 'de carne y hueso'. En el mundo árabe el leit motiv de las protestas es lograr una mayor participación. Es decir, no todas las demandas son compartidas, pero coinciden los mecanismos de expresión que terminan constituyendo un grito de llamado de atención.
Lecciones árabes
Si hay que buscar un inicio temporal de la indignación puede situarse en Túnez, que fue el puntapié inicial para lo que se denomina la Primavera árabe y que ya significó la caída de cinco regímenes (Túnez, Egipto, Libia, Siria y Yemen). A través de protestas y luchas armadas, los manifestantes no sólo apuntaron a derrocar gobernantes sino a influir de manera decisiva en el orden resultante.
Para el político y pensador francés de origen argelino Sami Nair, uno de los mayores especialistas europeos en cuestiones de inmigración y director del Centro Mediterráneo Andalusí de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, la Primavera árabe tiene en común la 'reivindicación de la dignidad y la integridad; hay una retórica similar en ese sentido'.
Sami Nair plantea que en el mundo árabe, bajo distintas excusas, diversos regímenes construyeron Estados despóticos 'que se volvieron contra los propios pueblos, contra la autonomía de la persona, contra la libertad. Todo eso es común desde Marruecos a Yemen, pero las situaciones son diferentes', afirma el experto. Repasa, por ejemplo, que en Túnez gobernó una 'dictadura mafiosa de una familia', al igual que en Egipto; mientras que en Libia, 'era más que una dictadura, fue un individuo enloquecido gobernando como un Nerón'; en Siria una familia 'sometió al país en nombre de una tribu minoritaria', lo mismo que en Yemen.
A su criterio, la revolución puso 'en tela de juicio' a las elites dominantes que 'hoy tienen un miedo enorme al surgimiento de la sociedad como conjunto frente al poder político'.
Nair sostiene que aquellos gobiernos que busquen seguir en el poder otorgando pocos derechos políticos y recursos económicos a las clases media y baja 'no va a durar mucho, están perdidos. No quieren enfrentar el proceso de democratización porque saben que van a perder el poder', asegura.
Los levantamientos árabes tienen también una lección para la dirigencia occidental.
Nair apunta que Occidente miró la situación 'desde una somnolencia, en una cama de prejuicios tranquilizadores que les hacía ver un mundo árabe fanático y uno Occidental. Pero, no advirtieron que la exigencia democrática, al final, era más importante en el mundo árabe que en el mismo Occidente. Nunca hubo una verdadera solidaridad con los pueblos, sí con los dirigentes'.
En ese sentido, equipara la situación a la que se dio en los 80 con la demanda de democratización en Latinoamérica, región a la que define como el 'laboratorio del mundo'.
'Los latinoamericanos plantearon -después de haber experimentado la lucha armada-una democratización de sus sociedades. Ahora van por el desarrollo económico y el reconocimiento de las diferencia sociales. Esto es lo que va a llegar al resto del mundo', sintetiza.
Según Nair no está claro si hay una conexión directa entre la Primavera árabe y los indignados occidentales, aunque ensaya que hay una identidad común se ha creado con la globalización: 'La mundialidad. En ese sentido, puede establecerse un vínculo'.
Para el reconocido analista político Moisés Naim, los fenómenos que impulsan a la gente a la calle son 'muy diferentes. No hay comparación entre las razones que impulsan a ser masacrados a los sirio y las que hacen protestar a los estudiantes chilenos'. Para él hay tres categorías de motivaciones que empujan a las manifestaciones.
Afirma que en Europa y Estados Unidos se trata de una clase media 'duramente' golpeada por la crisis, que descubrió que la carga y los costos de enfrentar la crisis están distribuidos inequitativamente, entonces reclaman más igualdad en el reparto de la riqueza.
Sitúa después a los habitantes de países que no son desarrollados pero están en camino de serlo. Ahí existe un sector medio que exige cada vez más: 'Hasta hace poco estaba debajo de la línea de pobreza, pero vivió una década de prosperidad. No le basta que le construyan un edificio que le llamen escuela, quiere que haya educación de buena calidad; no basta una casa, quieren tener agua potable; no quieren sólo un hospital, quieren curarse. Exigen una mejor calidad de los servicios públicos a una velocidad que supera la de los gobiernos para dar respuesta'.
La otra categoría a la que refiere Naim es la que forman los pueblos que no soportan más la opresión, 'la violencia de los tiranos', donde ubica al mundo árabe y Cuba.
Por su parte, la socióloga estadounidense Heather Gautney, de la Universidad de Fordham, está persuadida de la influencia de las luchas árabes sobre el resto. Acentúa que los indignados de Wall Street, por caso, referencian su discurso en el de la plaza egipcia de Tarhir, aun cuando los motivos sean diversos: 'Las demandas árabes están más definidas, claras. Las de los Occupy Wall Street no se focalizan en el cambio de gobierno sino en crear un espacio para la participación popular. La historia nos muestra que los movimientos democráticos siempre se refuerzan mutuamente y lo estamos viendo', asegura Gautney.
Claudio Loser, ex director para el Hemisferio Occidental del FMI, asegura que el elemento en común de la indignación global es 'un profundo sentido de exclusión. Falta inclusión política, en el Medio Oriente y en Estados Unidos y Europa, falta inclusión económica, falta igualdad en el acceso a las oportunidades', apunta Loser.
De Puerta del Sol a Wall Street
El 15-M quedó como una fecha en el calendario español. En esa jornada los jóvenes se reunieron en la Puerta del Sol (Madrid) para reclamar por las medidas de ajuste impulsadas por el gobierno, primero del desgastado José Luis Rodríguez Zapatero y ahora reconfirmadas y potenciadas por el nuevo gobierno del Partido Popular, que encabeza Mariano Rajoy.
Con un desempleo récord (4,5 millones de personas y, en particular, 800.000 de entre 18 y 24 años que ni estudia ni trabaja), la crisis económica se hace insoportable en España.
'No representamos a ningún partido ni asociación. Nos une una vocación de cambio. Estamos aquí por dignidad y por solidaridad con los que no pueden estar aquí', dice el primer manifiesto del movimiento que dejó en claro que buscan cambios radicales en la política, y que no dejarán de mostrar su descontento.
A partir de ahí los 'indignados' se multiplicaron en Europa. Camisas blancas y ausencia de banderas partidarias se constituyeron en el símbolo de la protesta griega en la plaza de Sintagma. Hasta demostraron su enojo 'encerrando' por horas a los políticos en el Parlamento. En Londres las protestas incluyeron enfrentamientos con la policía y en Italia carteles pidiendo la renuncia del primer ministro Silvio Berlusconi, lo que finalmente se logró.
La escritora española Rosa Montero afirma que 'la indignación española es grande, no sólo por los problemas económicos, sino por la crisis moral, de valores, de principios. España está en los peores niveles de política desde el retorno de la democracia. La manera en que se gestiona la crisis es vergonzosa', asegura.
En Latinoamérica y Centroamérica las concurrencias a los espacios públicos en adhesión al 15-M y sus derivados fueron muchos menores.
El economista Claudio Loser señala que hoy América Latina crece y el problema pasa por cómo se reparte el ingreso; en cambio las perspectivas en las otras regiones es que 'el mañana sea aún peor que el hoy'.
En cambio, en Estados Unidos, el Occupy Wall Street pudo ganar adeptos y extenderse por el país. Comenzó con una decena de jóvenes acampando en el parque Zuccotti, en el distrito financiero de Nueva York y distintos grupos se les fueron sumando con lemas diversos como la lucha contra la codicia corporativa, la desigualdad social, el cambio climático o el desempleo. 'Los indignados de Wall Street no son tales, se trata de un grupo humano heterogéneo y diverso que acampa. No hay un documento que sinteticen los reclamos', define Moisés Naim.
Para la socióloga Heather Gautney, la movilización no responde al fin del 'sueño americano' sino que es un síntoma de que hay una desconexión importante entre esa aspiración y la prosperidad y la participación democrática que hoy existe'. Señala, por caso, que el sistema de salud estadounidense sigue excluyendo a millones de personas y la educación va perdiendo competitividad a nivel mundial. 'Para nuestros estudiantes la posibilidad de conseguir un trabajo es cada vez más incierta. Todo esto hace que la idea de libertad y felicidad existente en nuestra Constitución esté cada vez más socavada', enfatiza la socióloga.
La investigadora de gran influencia en los movimientos antiglobalización Naomi Klein, en conversación con Democracy Now, apunta que la decisión del gobierno fue rescatar a los bancos sin condiciones, en lugar de rescatar a los trabajadores o a los dueños de casa. 'El slogan ´nosotros no pagaremos la crisis de ustedes´ comenzó en Italia hace dos años y se extendió a Grecia, Francia y realmente se ha globalizado. Para mí, eso -y el slogan ´somos el 99%´- es lo que hace que la gente salga a la calle. Es la desigualdad y la injusticia de que la gente más vulnerable tenga que pagar el costo de la crisis de los ricos'.
Gautney sostiene que el 99% de los estadounidenses no está interesado en revisar completamente el sistema económico. 'Todavía el comunismo es como un fantasma; sólo se busca un sistema que no esté basado sólo en la ganancia. El foco del movimiento es lograr canales de expresión, de participación en las decisiones', afirma.
Cuáles son las opciones
Es claro que la relación de los indignados con la política es mala. Reclaman por las promesas incumplidas del sistema y logran una legitimidad de la que muchos partidos carecen.
La gran pregunta es a dónde derivará este movimiento. La escritora Rosa Montero asegura que este nuevo fenómeno mundial tiene la vida 'contada' y que terminará por diluirse. Sin embargo, reconoce que 'logró un efecto importante porque demostró la capacidad de la sociedad para plantarse. Algo va a cambiar, aunque no hagan la revolución que pretendían', prospecta.
El analista Naim indica que las clases dirigentes que no detecten y no respeten la importancia de este fenómeno son 'miopes y pronto serán sacadas del poder'.
A su juicio, 'los que no entienden la importancia y la profundidad de la protesta no tienen antenas para sobrevivir en la política. Deben de captar y transformar esos reclamos en programas'. Naim confía, no obstante, en que aparecerán políticos 'capaces de articular y sintetizar las demandas'.
El ex vicepresidente de Nicaragua, Sergio Ramírez, enfatiza que las protestas dejan ver el 'agotamiento de la eficacia del sistema de partidos políticos' que hoy ve reducido su papel porque la sociedad civil ha tomado en sus manos algunas áreas.
'Es muy útil que los partidos sepan que no están haciendo bien su tarea, la cual es que la democracia produzca bienestar. Estos movimientos no van a sustituir a los partidos, pero los partidos deben escucharlos para así cambiar sus métodos, modernizarse y transformarse'.
Gautney está convencida de que estas protestas son un indicador de la debilidad del poder y que también sugieren la necesidad de una nueva dirección: 'Tienen implícitos los pedidos de más cooperación, ecuanimidad y solidaridad'.
La experiencia señala que los movimientos sociales suelen tener una duración relativamente corta, porque la atención cambia de foco. Pueden fragmentarse, tender a la radicalización o, directamente, desaparecer si es que logran respuesta a sus reclamos. Por ahora, nadie se anima a responder qué pasará con la indignación que recorre el mundo.