Por revistaeyn.com
La renovada tensión entre Estados Unidos y Venezuela no es un episodio aislado ni una reacción coyuntural. Es, más bien, la expresión visible de una estrategia geopolítica transaccional que Donald Trump viene desplegando desde su regreso al poder: presión máxima, objetivos concretos y una lógica de negociación dura, donde la ideología importa menos que el resultado.
La pregunta central no es si Washington quiere la salida de Nicolás Maduro —eso parece claro— sino por qué y para qué.
DIÁSPORA: APOYO POLÍTICO, LÍMITES ESTRATÉGICOS
El mensaje enviado desde Miami por la diáspora venezolana condensa una tensión profunda. El reclamo “Maduro que se vaya, pero el petróleo es nuestro” expone un dilema moral y político que atraviesa a millones de venezolanos en el exterior.
No hay rechazo frontal a una intervención estadounidense si esta conduce al fin del chavismo. Pero sí aparece una línea roja cuando el discurso de Trump deja de hablar de democracia, narcotráfico o derechos humanos y pasa a centrarse en “tierras”, “activos” y “derechos petroleros”.
La frase “Venezuela no es un botín” no es solo simbólica: refleja el temor de que una eventual “liberación” derive en una pérdida estructural de soberanía, algo que incluso sectores ferozmente antichavistas no están dispuestos a aceptar.
Este punto es clave: Trump no enfrenta una diáspora homogénea, sino una comunidad que apoya la presión contra Maduro, pero rechaza cualquier solución que huela a saqueo o tutela permanente.
PETRÓLEO: ¿OBJETIVO CENTRAL O INSTRUMENTO DE PRESIÓN?
A primera vista, la ofensiva naval de Estados Unidos —incautación de buques, persecución de petroleros, bloqueo a la “flota fantasma”— parecería confirmar una hipótesis clásica: Washington quiere el petróleo venezolano.
Sin embargo, los datos duros relativizan esa lectura.
Estados Unidos es hoy el mayor productor mundial de petróleo, con una producción que casi se triplicó en dos décadas y proyecciones de crecimiento sostenido hacia la próxima década. Desde una lógica estrictamente energética, EE.UU. no necesita el crudo venezolano.
Además, incluso si quisiera apropiarse de esas reservas, el costo sería gigantesco:
-Infraestructura devastada
-Producción reducida a menos de un tercio de su nivel histórico
-Inversiones de decenas de miles de millones de dólares
-Un horizonte mínimo de una década para recuperar volúmenes relevantes
El petróleo, entonces, no parece ser el premio final, sino una herramienta de presión, un mecanismo para asfixiar financieramente al régimen, disciplinar a actores externos y forzar un reordenamiento político.
El hecho de que Chevron siga operando bajo licencia especial, mientras otros cargamentos son perseguidos o confiscados, refuerza esta idea: Washington no busca cortar todo el flujo, sino controlarlo selectivamente.
LA CLAVE ESTRUCTURAL: RECURSOS ESTRATÉGICOS
Aquí aparece la lectura de fondo. Según el analista internacional Daniel Kersffeld, la política exterior de Trump responde a tres movimientos simultáneos:
1.Repliegue estratégico de Europa
2.Concentración del esfuerzo geopolítico en el Pacífico frente a China
3.Recuperación plena de América Latina como zona de influencia y provisión de recursos críticos
En ese marco, Venezuela no es un fin en sí mismo, sino una pieza clave.
Y el verdadero botín del siglo XXI no es el petróleo.
TIERRAS RARAS Y MINERALES CRÍTICOS: EL VERDADERO EJE DEL CONFLICTO
La ofensiva estadounidense cobra otra dimensión cuando se observa el tablero global de los minerales críticos y las tierras raras, insumos indispensables para:
-Inteligencia artificial
-Semiconductores
-Industria de defensa
-Vehículos eléctricos
-Energías renovables
-Sistemas de armas avanzados
China domina hoy toda la cadena de valor: desde la minería hasta el procesamiento, con niveles de control que superan el 70% en extracción y el 90% en refinamiento.
Para Washington, esta dependencia es una vulnerabilidad estratégica.
Venezuela —junto con otros países latinoamericanos— aparece como un territorio subexplorado pero potencialmente clave en la provisión de minerales como tantalio, niobio, galio, germanio y grafito. Recursos indispensables para el próximo ciclo industrial basado en IA, defensa avanzada y transición energética.
Desde esta óptica, la presión sobre Caracas no busca solo un cambio de régimen, sino reinsertar a Venezuela en una arquitectura hemisférica alineada con los intereses estratégicos de EE.UU., alejándola de China, Rusia e Irán.
EN JUEGO: MAPA DEL PODER
Más que Maduro, lo que está en juego es el mapa del poder
La política de Trump hacia Venezuela no es humanitaria ni ideológica. Es transaccional, dura y profundamente estratégica.
El petróleo es un instrumento, no el objetivo final.La salida de Maduro es una condición necesaria, pero no suficiente.El verdadero interés está en reordenar el control de recursos críticos en el hemisferio occidental.
Venezuela se ha convertido, así, en un campo de prueba de una nueva doctrina estadounidense: menos discursos, más coerción; menos multilateralismo, más control directo; menos promesas, más intercambios.
Para la diáspora venezolana —y para América Latina en su conjunto— el desafío será evitar que la “liberación” termine siendo otra forma de dependencia, en un mundo donde el poder ya no se mide solo en barriles de petróleo, sino en átomos, minerales y datos.
(Con información de EFE, DW y Página12)