Por Elaine Miranda - Opinión para E&N
Cada año, miles de jóvenes en Centroamérica terminan la universidad con la esperanza deconstruir un futuro profesional prometedor.
Han invertido tiempo, esfuerzo y dinero en su preparación académica. Saben derecho, ingeniería, marketing o medicina. Pero al dar el salto al mundo laboral se encuentran con una realidad que nadie les enseñó a manejar: cómo administrar el dinero que empiezan a ganar.
La paradoja es clara. Preparamos jóvenes para diseñar planes estratégicos complejos o proyectos millonarios, pero no les damos las herramientas básicas para manejar un salario. Es como entrenar a un piloto para volar un avión sin enseñarle primero a leer el tablero de control.
EL VACÍO QUE NADIE QUIERE VER
El estrés financiero no discrimina: afecta a jóvenes profesionales con títulos universitarios igual que a cualquier otro trabajador. Al inicio de su carrera, muchos caen en el mismo patrón: endeudarse con tarjetas de crédito, no llevar un presupuesto y asumir compromisos financieros que superan su capacidad de pago.
Todo esto genera un ciclo de ansiedad y frustración que se refleja en su desempeño laboral .Este vacío en la formación es evidente. Las universidades hablan de preparar “líderes visionarios”, pero dejan delado el entrenamiento más básico: enseñar a administrar el dinero. Y las empresas, que reciben a estos jóvenes, cargan con el costo oculto del problema: colaboradores talentosos que pierden concentración, productividad y hasta oportunidades de crecimiento porque sus finanzas personales están en desorden.
UN PUENTE ENTREUNIVERSIDAD Y EMPRESA
Aquí hay una oportunidad que pocos han sabido aprovechar: universidades y empresas pueden ser aliados estratégicos para formar mentes financieramente libres. ¿Cómo? Integrando programas de educación financiera en la formación académica y continuándolos dentro de la vida laboral.
Imaginemos a un estudiante que aprende desde la universidad a hacer un presupuesto, a distinguir entre deuda buena y mala, a planear ahorros para metas y a invertir de manera responsable. Cuando ese joven entra al mundo laboral, no solo tiene conocimientos técnicos de su carrera: también cuenta con la tranquilidad de saber manejar su dinero. Esa tranquilidad se traduce en menos estrés, mayor enfoque y una capacidad más sólida para aportar a la empresa donde trabaje. Lo mismo aplica en el camino inverso.
Una empresa que recibe jóvenes recién graduados puede fortalecer su inducción con programas de bienestar financiero. Es una señal clara: “nos importa tu desarrollo integral, queremos que crezcás aquí y que tu vida fuera del trabajo sea estable”. Ese tipo de cultura no solo mejora la productividad; también aumenta la lealtad y la retención de talento. La educación financiera es un puente que conecta a las universidades con las empresas, y a los jóvenes con un futuro más sólido. No se trata de enseñarles a hacerse ricos de la noche a la mañana, sino de darles las herramientas para no vivir endeudados, para manejar sus ingresos con propósito y para crecer con estabilidad.
En un mundo donde celebramos a las mentes visionarias y a los empresarios de impacto, también deberíamos celebrar a las instituciones que se atreven a formar personas completas: profesionales competentes y ciudadanos financieramente responsables.
Porque al final, una mente libre es una mente que puede innovar, crear y transformar. Y no hay verdadera libertad sin libertad financiera.