Por Leonel Ibarra - revistaeyn.com
Tras la profunda disrupción del COVID-19 y un auge pospandemia que tensionó cadenas logísticas y precios, las economías mundiales avanzan hacia una normalización gradual de variables como la inflación, el empleo y el crecimiento.
La región centroamericana encara un nuevo conjunto de retos: la fragmentación comercial impulsada por aranceles, las políticas migratorias en Estados Unidos y niveles de deuda pública que limitan márgenes de maniobra fiscal, señala el Outlook Internacional de Grupo Cibest.
Las cifras globales —con una proyección de crecimiento de Estados Unidos cercana al 1.9 % para 2025— dibujan un panorama menos pujante que el esperado a finales de 2024. Esa moderación en la locomotora norteamericana, combinada con aranceles efectivos que observadores y laboratorios de análisis han señalado por encima del 15 %–17 % en ciertos momentos, introduce fricciones adicionales para las exportaciones regionales.
"A primera vista, Centroamérica aparece mejor posicionada que competidores lejanos: geografía, acuerdos comerciales y proximidad logística le juegan a favor frente a Asia o Sudamérica en muchos segmentos", señala Laura Clavijo, directora de Investigaciones Económicas, Sectoriales y de Mercado de Grupo Cibest.
DIVERSOS RIESGOS
No obstante, los riesgos son heterogéneos por país y por producto. Sectores como el textil salvadoreño, el café guatemalteco o bienes intermedios de El Salvador y Panamá podrían captar demanda si se garantiza capacidad productiva y logística.
La reconfiguración del comercio —motivada por tensiones geopolíticas, crisis bancarias puntuales y la experiencia de interrupciones pospandemia— obliga a acelerar inversiones en infraestructura, almacenaje y transporte para no perder oportunidades.
Un factor decisivo para la región son las remesas: motor de consumo y colchón para millones de hogares en El Salvador, Guatemala y Honduras. Las políticas migratorias de Estados Unidos —incluidas amenazas de deportaciones y la discusión sobre un impuesto del 1% a las remesas— generan incertidumbre, indica Grupo Cibest.
En la práctica, deportaciones masivas resultan complejas de ejecutar y su impacto agregado podría ser menor del temido; sin embargo, la vulnerabilidad existe: economías con elevado peso de remesas en su PIB sufrirían ajustes del consumo si esos flujos se reducen o cambian de canal. Además, el fenómeno del “front-loading” (anticipación de envíos por temor a medidas futuras) puede distorsionar momentáneamente los flujos.
La tercera arista es fiscal. El endeudamiento público aumentó tras las respuestas a la pandemia y exige ahora consolidación. Recortar déficits sin frenar la inversión pública ni mermar los programas sociales supone un ejercicio técnico y político exigente, señala Grupo Cibest.
Organismos multilaterales han advertido que la prudencia fiscal debe combinarse con reformas estructurales que impulsen productividad y atraigan inversión sostenible.
En materia monetaria, la desincronización de tasas internacionales complica la convergencia lograda tras la inflación pospandemia. Tasas elevadas por más tiempo encarecen crédito y frenan inversión privada, mientras persisten presiones de precios importados y volatilidad externa.
Panamá y Guatemala muestran señales relativamente sólidas —según Bryan Hurtado Campuzano, gerente de Investigaciones Económicas en Banistmo, que indica que Panamá destaca por su sector servicios y logístico; Guatemala por su estabilidad macroeconómica—. El Salvador crece de manera moderada, pero enfrenta el reto de convertir mejoras en seguridad en mayor atracción de inversión extranjera.
La lección regional, dicen los expertos, es clara: diversificar mercados y productos, modernizar la logística, formalizar y proteger canales de remesas y priorizar sostenibilidad fiscal.