Por revistaeyn.com
Una investigación liderada por la Wildlife Conservation Society (WCS) junto con el Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell destaca que los llamados Cinco Grandes Bosques —una cadena de selvas que va desde Chiapas y Petén hasta las puertas de Colombia— representan un sostén irremplazable para decenas de especies de aves que cada año viajan miles de kilómetros entre Norte y Centroamérica.
Cada otoño, enormes oleadas de aves procedentes de Canadá y Estados Unidos emprenden su viaje hacia el sur. Para muchas, más de la mitad de su ciclo anual transcurre en los paisajes tropicales de México y Centroamérica. El estudio, publicado en la revista Biological Conservation, confirma que estos bosques no solo son reservorios de biodiversidad, sino auténticos motores ecológicos para poblaciones migratorias enteras.
A partir de millones de registros enviados por observadores de aves a la plataforma eBird, los investigadores concluyeron que los Cinco Grandes Bosques albergan desde el 10 % hasta casi el 50 % de la población mundial de al menos 40 especies migratorias. Entre ellas figuran aves emblemáticas como el zorzal del bosque, la reinita alidorada y la reinita de magnolia, que dependen de estos ecosistemas para alimentarse y refugiarse durante el invierno.
“Estas selvas son mucho más que áreas verdes: son el epicentro de la migración”, explicó Anna Lello-Smith, científica de WCS y autora principal del informe. Según detalla, lo que ocurre en estos paisajes determina si muchas especies podrán completar su retorno al norte en primavera para reproducirse.
Los datos revelan que más de un tercio de todas las reinitas de anteojos pasa su invierno en estos bosques. También casi una cuarta parte de los zorzales del bosque y una proporción similar de las reinitas alidoradas. Otra cifra sorprendente: más del 40% de la población global de la reinita cerúlea utiliza estos corredores durante su desplazamiento primaveral.
La Selva Maya y la Moskitia, los dos bloques forestales más septentrionales, figuran entre los territorios más decisivos para la migración. Pese a ello, ambos están gravemente presionados por la expansión de actividades ilegales, en particular la ganadería, que ha erosionado millones de acres. La Moskitia, por ejemplo, ha perdido casi un tercio de su cobertura boscosa en apenas dos décadas.
Viviana Ruiz-Gutiérrez, directora de ciencia de conservación en Cornell, subraya que la concentración de aves en estos cinco territorios implica que “cada hectárea resguardada tiene efectos que pueden sentirse a escala continental”.
El estudio también mapea las conexiones entre los bosques mesoamericanos y las zonas de reproducción en Norteamérica. Los resultados muestran vínculos directos con regiones tan diversas como los Apalaches, el área de los Grandes Lagos, el Delta del Misisipi y los bosques cercanos a ciudades densamente pobladas como Nueva York. En otras palabras, lo que sucede en Mesoamérica repercute en paisajes fundamentales del este norteamericano.
Comunidades indígenas y rurales ya desempeñan un papel crucial: restauran áreas dañadas, enfrentan incendios y promueven actividades productivas compatibles con la conservación, como la producción sostenible de cacao o pimienta gorda. Su labor, señalan los investigadores, constituye un ejemplo inspirador de liderazgo local con impacto internacional.
Lello-Smith resume el mensaje central del estudio: “Proteger estos bosques es proteger la vida que compartimos en las Américas. Cada tramo conservado fortalece el puente que une a comunidades distantes a través de las aves migratorias.”