Opinión de Jaime García / Director del Índice de Progreso Social | Impacto y Sostenibilidad
La economía azul representa una oportunidad para generar desarrollo económico y progreso social en nuestra región, pero no la estamos aprovechando. Definida por el Banco Mundial como "el uso sostenible de los recursos oceánicos para el crecimiento económico, la mejora de los medios de vida y la creación de empleo, preservando la salud de los ecosistemas marinos", este modelo desafía la falsa dicotomía entre prosperidad y conservación ambiental.
Su importancia radica en reconocer que los océanos —que cubren el 70 % del planeta y producen la mitad del oxígeno que respiramos— no son solo fuente de recursos, sino ecosistemas complejos cuya salud determina nuestra supervivencia económica y social. La economía azul trasciende la explotación tradicional para proponer un modelo donde la prosperidad económica y la regeneración ambiental se refuerzan mutuamente, convirtiéndose en estrategia central para países que buscan crecimiento responsable y de largo plazo.
¿QUÉ ES LA ECONOMÍA AZUL?
El término "economía azul" se popularizó con el libro The Blue Economy de Günter Pauli (2010), que proponía innovaciones inspiradas en la naturaleza para sustituir modelos lineales por sistemas regenerativos. Desde entonces ha evolucionado gracias a organismos internacionales como la ONU y el Banco Mundial. La Ocean Foundation explica que la nueva economía azul abarca actividades económicas basadas en el mar que "son activamente buenas para el océano", buscando desvincular el desarrollo socioeconómico de la degradación ambiental.
El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) establece que una economía azul sostenible debe:
-Proporcionar beneficios sociales y económicos a las generaciones actuales y futuras
-Restaurar, proteger y mantener la diversidad de los ecosistemas marinos
-Basarse en tecnologías limpias y modelos circulares
-Relevancia Económica Global
En términos de la relevancia del mar, los números hablan por sí solos: los océanos cubren el 70 % de la superficie del planeta, producen alrededor del 50 % del oxígeno y son el mayor sumidero natural de carbono.
Las actividades vinculadas a los mares generan cada año entre US$3 y US$6 billones, según Naciones Unidas. Si la economía oceánica fuera un país, sería la séptima economía mundial, con más del 40% de la población mundial viviendo a menos de 100 km de la costa de acuerdo a datos del Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD).
POTENCIAL DE LA ECONOMÍA AZUL PARA AMÉRICA LATINA
En América Latina, el mar posee unos 240.000 km de litoral y aproximadamente 27 % de la población depende directa o indirectamente de los recursos marinos de acuerdo al PNUD.
La abundancia de costas y aguas jurisdiccionales constituye una de las mayores fortalezas de la región. Centroamérica, por ejemplo, suma cerca de 5.983 kilómetros de costa entre Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador y Belice, consolidándose como una región clave para el desarrollo de modelos de economía azul sustentadas en el turismo, la pesca y la biodiversidad marina.
En ese sentido, estos extensos litorales abren enormes posibilidades para sectores clave de la economía azul: la pesca y acuicultura sostenible, que ya sustenta a millones de personas en la región; el desarrollo de energías renovables marinas como eólica offshore y mareomotriz; el turismo costero, uno de los motores económicos más dinámicos; la biotecnología marina para productos farmacéuticos y alimentarios; y el transporte marítimo, que conecta a la región con los mercados globales.
México, por ejemplo, con sus 11,122 km de costa puede aprovechar tanto el Golfo de México como el Pacífico para diversificar su matriz energética, mientras Brasil, con 7,491 km de litoral, tiene el potencial de convertirse en líder mundial en biotecnología marina.
CRITERIOS A CONSIDERAR DENTRO DE LA ECONOMÍA AZUL
Este enorme capital natural que posee América Latina debe gestionarse de forma sostenible para potenciar la economía azul y proteger la biodiversidad. El Blue Atlantic Forum, compilando principios de la WWF, insiste en que la economía azul sostenible debe ser holística, intersectorial y de largo plazo.
Los elementos clave incluyen definir metas claras que coordinen políticas sociales, económicas y ecológicas; establecer marcos regulatorios estables con incentivos que integren costos ambientales; y planificar el espacio marino con enfoque ecosistémico, reconociendo la interrelación mar-tierra.
Para el sector privado, las empresas marítimas (pesquerías, turismo, logística, energía, biotecnología) pueden obtener ventajas competitivas integrando sostenibilidad en sus modelos de negocio. Esto implica incorporar análisis de capital natural en sus estrategias, invertir en tecnologías limpias y modelos circulares, y fomentar alianzas público-privadas que desarrollen capacidades locales bajo un enfoque de largo plazo. Iniciativas como el IPS Azul, impulsado por la Fundación Marviva, aportan métricas valiosas para orientar las políticas y demostrar que la sostenibilidad es un buen negocio y una herramienta de bienestar para las comunidades.
Finalmente, la economía azul no se limita a explotar los recursos marinos; constituye un marco transformador que integra crecimiento económico, protección de los ecosistemas y progreso social. Al adoptar modelos sostenibles e integrales con base en principios de inclusión, ciencia, transparencia y cooperación, las empresas y los gobiernos pueden convertir el océano en un aliado para la prosperidad. Y para la región significa un océano de posibilidades, pues tiene todos los elementos para liderar esta transformación: recursos abundantes, ubicación estratégica y creciente conciencia sobre modelos económicos sostenibles.
Solo falta acelerar la implementación de políticas integrales y negocios innovadores que conviertan este potencial en realidad.