Por revistaeyn.com
En la era digital, un negocio puede pasar de ser visible y próspero a prácticamente invisible en cuestión de horas. La causa no es la falta de talento ni de esfuerzo: son los caprichosos cambios en los algoritmos de plataformas como Instagram y TikTok. Lo que ayer llegaba a miles hoy puede quedar enterrado sin explicación.
La mayoría de las marcas todavía confía en la visibilidad orgánica que ofrecen estas redes: más del 80 % depende en buena parte de ese tráfico espontáneo. Sin embargo, un ajuste en la fórmula que gobierna qué se muestra y a quién puede reducir el alcance hasta en un 70 % de forma inmediata.
Para numerosos emprendedores esto ya no es una estadística abstracta sino la realidad que amenaza sus ingresos y el tiempo que invirtieron construyendo comunidades durante años.
Natasha Trocel, autora, empresaria y consultora de negocios señala que el núcleo del problema es sencillo y preocupante: las plataformas poseen las reglas del juego. Modifican sus criterios sin aviso, premiando aquello que retiene la atención y maximiza su facturación, no necesariamente lo que fortalece relaciones estables entre marcas y clientes. El resultado: una relación asimétrica donde los negocios, en el mejor de los casos, operan en calidad de inquilinos temporales de un terreno que no les pertenece.
A esa fragilidad se suma la trampa del número de seguidores. Tener 100.000 seguidores ya no garantiza ventas ni permanencia. Si el algoritmo decide mostrar su publicación solo al 5 % de esa audiencia, el resto solo representa un contador vacío. "Muchos descubren, sin advertencia, que su comunidad no es más que una cifra sin impacto real en la facturación", dice Trocel.
¿Qué pueden hacer las empresas para no depender de ese capricho digital? Trocel apunta que hay pasos concretos y urgentes:
Primero, construir activos propios: listas de correo, bases de datos y comunidades en plataformas controladas por la propia empresa. Estos recursos no desaparecen con un cambio de política.
Segundo, diversificar la presencia: no concentrar todo el esfuerzo en una sola red. YouTube, blogs, podcasts y, sobre todo, el email marketing ayudan a repartir el riesgo.
Tercero, trabajar la marca y la confianza: cuando el cliente le sigue por lo que ofrece y no por un algoritmo, la relación resiste mejor los embates externos.
Cuarto, medir lo que importa: centrar los indicadores en conversiones, retención y valor del cliente, en lugar de en “me gusta” o simples contadores de seguidores.
Los algoritmos pueden volverse inestables, pero las empresas que priorizan activos propios, diversificación y una relación genuina con su público se vuelven menos vulnerables. En el mundo digital, la estabilidad no se logra siguiendo tendencias, sino construyendo con criterio de propietario.