Por Leonel Ibarra - revistaeyn.com
Nadie podía imaginar la magnitud del desastre mundial que se avecinaba cuando el 31 de diciembre China avisó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 27 casos de ‘una neumonía viral de origen desconocido’ que desconcertó a los médicos en la ciudad de Wuhan.
El día siguiente, las autoridades cerraron el mercado de animales de Wuhan inicialmente relacionado con el brote. El 7 de enero de 2020, las autoridades chinas anunciaron que habían identificado el nuevo virus, al que llamaron 2019-nCoV. El 11 de enero, China anunció la primera muerte en Wuhan.

En unos días, surgieron casos en Asia, Europa y Estados Unidos, dejando estragos a su paso y se convertiría en el evento global más importante desde la Segunda Guerra Mundial.
En los peores momentos llegó a haber más de 20 millones de nuevos contagios y 100.000 muertes por semana, mientras que actualmente los positivos semanales son unos 20.000 y los fallecimientos están por debajo de 600, según la OMS.
MIEDO Y ANGUSTIA: CENTROAMÉRICA CONFIRMABA SUS PRIMEROS CASOS COVID-19
Más que cualquier evento en la memoria, la pandemia de COVID-19 fue un evento en que todos los hogares sintieron su devastación: miedo, desempleo y encierros, enfermedades y muerte por contraer un virus nuevo que se esparcía por el aire.
Costa Rica registró oficialmente el primer caso confirmado de esta nueva enfermedad el 6 de marzo de 2020, a los pocos día sucedió en Panamá y el resto de países de la región.
Los respectivos Gobiernos decretaron restricciones significativas, incluyendo la suspensión de vuelos internacionales y el cierre temporal de fronteras para restringir el ingreso de viajeros provenientes de países con alta incidencia (como Europa y Asia), con excepción de Nicaragua que adoptó un enfoque menos restrictivo, sin cierres totales de fronteras ni cuarentenas estrictas, lo que marcó una diferencia notable respecto a otros países de la región.
Las personas comenzaron a realizar compras de pánico y los establecimientos comerciales se abarrotaron de personas que compraban en grandes cantidades artículos como papel higiénico, alimentos enlatados, detergentes, cloro, guantes y hasta bebidas gaseosas.

Como consecuencia de esos cierres de fronteras, miles de personas quedaron varados en el extranjero por varios días y cuando se les permitió el reingreso a sus países, fueron puestos en centros de confinamientos, muchos de ellos bajo pésimas condiciones.
El Salvador fue uno de los primeros en ordenar la suspensión de clases presenciales a escala nacional, aprobar el estado de excepción y establecer puntos de control en carreteras y una cuarentena domiciliaria obligatoria de 30 días que fue prolongando varias veces.
“Mucha gente quiere olvidar lo que pasó, hay una voluntad de fingir que no sucedió, pero el virus sigue con nosotros, circulando y evolucionando. Hacer como si no hubiera pasado nada es una falta de respeto para los que fallecieron, probablemente unos veinte millones de personas”, señalaba en entrevista para EFE la directora interina para la gestión de amenazas epidémicas y pandémicas de la OMS, Maria Van Kerkhove.
NUEVA NORMALIDAD: VIRTUALIDAD Y COMPRAS REGULADAS
Los jóvenes tuvieron que adaptarse a desarrollar tareas en casa y recibir las clases en línea y por su parte, los adultos entraron en la fase del teletrabajo cuando era posible, los adultos mayores, por ser la población más vulnerable, fueron aislados de sus familias por varios meses, las actividades religiosas eran transmitidas por redes sociales ante el cierre de iglesias.
Así comenzaba la que se conoció después como la “nueva normalidad” que acompañaría al mundo los siguientes días.
Panamá tuvo una de las cuarentenas más prolongadas y la medida incluía la suspensión de la jornada laboral y restringía la movilidad por género. Las mujeres podían salir los lunes, miércoles y viernes, mientras que los hombres los martes y jueves. En ambos casos las salidas serán por dos horas y para ir exclusivamente a supermercados, farmacias y clínicas.
La economía fue otra de las víctimas del COVID-19. Los establecimientos considerados como no esenciales como restaurantes, bares, librerías, almacenes, tiendas de ropa, lugares turísticos, entre otros, fueron cerrados por varios meses, lo que provocó, en consecuencia, el desempleo y caída de varios negocios.
Además, las exportaciones de Latinoamérica y el Caribe cerraron 2020 con una contracción de entre 13 % y 11,3 % por una caída de los volúmenes vendidos y de los precios por la crisis inducida por el covid-19, proyectaba el Banco Interamericano de Desarrollo.
A partir de abril se estableció en la mayoría de países de la región la obligatoriedad del uso de mascarillas quirúrgicas en espacios públicos y transporte colectivo (medida que duró hasta 2022), como parte de la estrategia para frenar la propagación, lo que provocó escasez del producto e incremento del precio.

Los establecimientos públicos instalaron medidas de bioseguridad como distanciamiento social, restricción en el número de personas, el uso del alcohol, toma de temperaturas para ingresar y tapates con desinfectante fueron algunas de las acciones más comunes.
Otras medidas de seguridad más extremas que se implementaron durante ese año fueron cuarentenas obligatorias, extensiones de los centros laborales de permisos para salir a la calle, turnos para salir a la calle según número de identidad, instalaciones de sistemas de aplicación de desinfectantes en vehículos y personas.
A medida que el número de casos de pacientes contagiados con COVID-19 iba en aumento y se saturaban las camas, los Gobiernos en Costa Rica y Panamá se vieron obligados a instalar hospitales de campaña.
En diciembre de 2020 Costa Rica fue el primer país de la región en empezar a vacunar a sus ciudadanos contra la pandemia con vacunas Pfizer/BioNTech.
Además de estas vacunas llegaron a la región Astrazeneca y Sinovac (China).
Han pasado cinco años... ¿Qué tanto de lo que hizo en la pandemia se quedó como hábito? Lavar las manos de manera constante, uso de mascarillas al tener gripe, limpiar latas y productos que lleva del supermercado...
Los máximos responsables de la OMS insisten en que no se deben olvidar los aciertos y los errores que se cometieron durante la pandemia para sacar lecciones que permitan al mundo prepararse para otras en el futuro, ya que, según Van Kerkhove, “la duda no es si aparecerán, sino cuándo lo harán”.
“Definitivamente habrá una próxima vez y será durante nuestras vidas, el mundo aprendió que los patógenos no respetan fronteras y que es del interés de todos trabajar juntos”, afirma la experta estadounidense.