Por revistaeyn.com
Mantener la atención sostenida se ha convertido en un desafío creciente en un entorno laboral donde las notificaciones, los cambios de prioridad y las interrupciones constantes se han vuelto parte de la rutina.
María Méndez, presidenta y fundadora de Vacation is a Human Right (VIAHR) advierte que el deterioro en la capacidad de concentración no es una casualidad, sino la consecuencia de un ecosistema diseñado para dispersarnos.
Méndez recuerda que la Organización Mundial de la Salud ya reconoce el burnout como un fenómeno asociado al estrés laboral prolongado y mal gestionado. Este desgaste se manifiesta en agotamiento persistente, desconexión emocional respecto al trabajo e incluso una disminución palpable del desempeño. Sin embargo, apunta que no siempre es la carga de actividades lo que agota, sino el vaivén incesante entre múltiples tareas a lo largo del día.
La psicología cognitiva denomina a este desgaste adicional “costo por cambio de tarea”: cada vez que alguien alterna entre actividades, el cerebro necesita un tiempo para reajustarse. Ese microproceso, repetido decenas de veces, ralentiza las respuestas y propicia errores. “La atención no funciona como una lámpara que puede encenderse y apagarse al instante”, subraya Méndez.
A ello se suma otro efecto: cuando una tarea queda inconclusa, la mente tiende a seguir activa en ella, incluso mientras intentamos avanzar en otra. Por eso, la especialista sugiere implementar pequeñas rutinas de cierre —anotar el siguiente paso, guardar el progreso o dejar una marca clara de por dónde continuar— que permitan liberar capacidad mental.
Pero no solo los cambios de actividad generan desgaste. Las interrupciones inevitables —desde una llamada hasta un mensaje urgente— también pasan factura. Investigaciones previas muestran que, ante ellas, la mayoría de las personas acelera el ritmo para recuperar el tiempo perdido. Esa velocidad extra produce resultados, sí, pero también incrementa la tensión, la frustración y la sensación de urgencia continua.
Frente a este escenario, Méndez destaca una herramienta sencilla: las pausas breves y deliberadas. Un metaanálisis publicado en la revista PLOS ONE encontró que descansos de menos de diez minutos mejoran la sensación de energía y reducen la fatiga. Su impacto en el rendimiento depende del tipo de actividad, pero los beneficios son más claros cuando los descansos son ligeramente más largos en tareas de alta demanda cognitiva.
La recomendación, entonces, combina dos elementos: trabajar en bloques de atención profunda y programar pausas reales. Esto implica acordar momentos sin interrupciones, evitar notificaciones, organizar transiciones y adoptar rituales que faciliten volver al foco después de un desvío.
Méndez sostiene que, aunque estos hábitos pueden practicarse de manera individual, solo alcanzan su máximo efecto cuando las organizaciones los respaldan con políticas claras: horarios respetuosos, reuniones bien definidas y cargas laborales razonables. “El descanso no debería ser un premio, sino una parte esencial del diseño del trabajo”, afirma.